Grissinger M.
P T. 2014;39(9):591–592
Comentado por: Mg. Victoria Brunelli*
Grissinger M.
P T. 2014;39(9):591–592
Comentado por: Mg. Victoria Brunelli*
RESUMEN
Kimberly era una enfermera con 27 años de antigüedad en la profesión, que se suicidó meses después de haber cometido un error de medicación por el que falleció su pequeño paciente. El artículo expone la realidad de las segundas víctimas reconociendo que la industria del cuidado de la salud no ha comunicado o implementado mecanismos de apoyo efectivos para abordar las crisis personales, sociales, espirituales y profesionales que experimentan a menudo quienes están involucrados en un error. Describe el sufrimiento que experimentan estos profesionales y las necesidades de apoyo a los mismos.
COMENTARIO DEL ARTÍCULO
Mg. Victoria Brunelli*
Probablemente muchos de los que han leído el artículo piensen que ellos pueden ser Kimberly o que tal vez, por suerte, aun no les ocurrió una situación similar. Otros, pueden cuestionar cómo cometió semejante error, que además le costó la vida a su paciente.
Lo cierto es que, en la atención de salud, los profesionales nos enfrentamos a una gran paradoja. Por un lado, es necesario que no cometamos errores, más aun cuando el destinatario de nuestro cuidado es un ser humano en situación vulnerable de salud.
En el extremo opuesto nos encontramos que los cuidados son administrados por profesionales que por más calificados que se encuentren, son personas, y el error es propio de la condición humana. Potencialmente, los destinatarios de los cuidados esperan de los profesionales de la salud, un conocimiento técnico y calificado, pero también buscan calidez humana manifestada por su comprensión, empatía, respeto y contención. Todas estas situaciones son propias de la naturaleza humana. Por lo tanto, pareciera que es preciso que seamos, si se quiere, más humanos por un lado, pero que actuemos con un alto perfeccionismo sin ninguna posibilidad de error, lo que no es propio de las personas. Sin duda estamos frente a una encrucijada sobre la que debemos trabajar.
Tal vez por ello, la seguridad del paciente se define como el conjunto de elementos estructurales, procesos, instrumentos y metodologías que velan por minimizar el riesgo de sufrir un evento adverso en el proceso de la atención de salud y/o de mitigar sus consecuencias.1 Más aún, según la OMS, en el ámbito de la investigación en seguridad del paciente, uno de los grandes campos es el comprender las causas por las que ocurren, e identificar soluciones para evitarlos.2 Estas afirmaciones ponen de manifiesto una primera realidad: los errores existen también en la atención de la salud. El error se define como un hecho en el que no se realiza una acción prevista según se pretendía o se aplica un plan incorrecto de forma involuntaria, que deriva en un incidente de seguridad.
El incidente es un evento o circunstancia que podría haber ocasionado u ocasionó un daño innecesario a un paciente;2 un evento adverso es aquel incidente que provoca lesión o daño no intencional al paciente, consecuencia del cuidado de la salud y no de la enfermedad misma.1
Reconocido este punto, los incidentes en seguridad del paciente ocurren: aproximadamente entre un 4 % y un 17 % de las admisiones hospitalarias están relacionadas con un evento adverso.3 Entonces, es crucial el desarrollo y aplicación de políticas institucionales que busquen, en primer lugar, minimizar las posibilidades de error y, en el caso de que este ocurra, contar con acciones para atender de forma inmediata los posibles daños que pueda producir el error. Efectivamente, ante un evento adverso la prioridad es atender las necesidades del paciente, que constituye la primera víctima.
Pero el evento adverso puede también cobrarse, entre otras, una segunda víctima: los profesionales de la salud. Se define segunda víctima a los profesionales de la salud que están involucrados en un evento adverso, un error médico y/o una lesión relacionada con el paciente y se convierten en víctimas en el sentido que quedan traumatizados por el evento.4
Sin duda el impacto en los profesionales es grande y ha sido motivo de numerosos estudios desde los últimos años, especialmente en Estados Unidos, Canadá,
Australia y varios países europeos.3,5,6 Un metanálisis recientemente publicado, informa 21 síntomas, entre los que se destacan problemas de memoria, ansiedad, ira, remordimiento, angustia, miedo a volver a cometer errores, vergüenza, culpa y frustración.3,En menor proporción, pero no por ello menos importante, se ha vinculado a estrés postraumático,3 depresión,3,5,6 burnout6 y alteraciones cognitivas como dificultad para concentrarse3,5 y consumo de drogas y alcohol.6 Pero también se encuentran efectos psicosomáticos como taquicardia, alteraciones en el sueño (insomnio, pesadillas) y cambios en el apetito entre otros.3,6
Además de las respuestas emocionales, cognitivas y físicas que repercuten en los profesionales, también se observan reacciones de comportamiento relacionadas al evento. De este modo, algunos profesionales reflexionan sobre lo ocurrido, establecen su nivel de responsabilidad e intentan determinar cuáles son las situaciones que se pueden haber evitado.6 También expresan que el evento les dio una oportunidad para la mejora de su trabajo, siendo más cautelosos y vigilantes en la atención que brindan.7,8 Sin embargo otros profesionales experimentan desmotivación y consideran la situación como una experiencia negativa de la que les es difícil sobreponerse.7,8
Estas respuestas dan lugar a las etapas que puede atravesar la segunda víctima en el afrontamiento a la situación, definidas por Scott ante el proceso de recuperación: caos y respuesta inmediata al error, reflexión interna, restauración de la integridad personal, afrontamiento de la inquisición, obtención de los primeros auxilios emocionales y finalmente la etapa de movilización hacia la supervivencia del impacto que ha tenido cometer el error.9
En este sentido es importante que tanto los colegas como los distintos niveles directivos (supervisores, jefes de servicio, directores) acompañen a la segunda víctima en las afecciones que presentan, eviten sobre todo un entorno laboral punitivo que afecte aun más al profesional y no contribuye a minimizar el daño en el paciente.
Por ello es apropiado que reflexionen acerca del error, las causas del mismo y las posibles acciones a futuro6 para evitar nuevos eventos y mejorar así la calidad de la atención. Más aún, se encuentran guías, programas, recomendaciones de atención a la segunda víctima10-12 que buscan ofrecerles el soporte necesario para afrontar la situación.
Efectivamente, se recomienda por parte del equipo y en relación a la segunda víctima, mantener una actitud positiva buscando un enfoque sistémico del error, brindar apoyo emocional al colega, intentar que otro profesional siga atendiendo a ese paciente las primeras horas posteriores al evento, evitar el rechazo por parte de los colegas, animar a realizar actividades saludables y recreativas, informar a la aseguradora de riesgos de trabajo, valorar la necesidad de atención psicológica y jurídica, mantener al profesional informado de lo que se va a comunicar al paciente y su familia y programar un seguimiento periódico para asegurarse que la segunda víctima afronta el desgaste emocional y profesional asociado al incidente.10
Todas estas acciones requieren planificación, así como la conformación de equipos de trabajo con abordaje integral y capacitación de los profesionales.12 Más allá de las acciones institucionales, es importante que cada uno de los profesionales reflexione sobre esta situación y considere qué estrategias están a su alcance para minimizar el impacto de haber cometido un evento adverso en el propio profesional.
* Master en Ciencias de la Enfermería. Directora de la Carrera de Especialización en Enfermería Oncológica, Universidad Austral.
Correspondencia: VBRUNELL@austral.edu.ar
Recibido: 1 de junio de 2019.
Aceptado: 1 de julio de 2019.
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